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Transformaciones de la Plaza en Puerto Rico


Plaza de Anasco. Principios del siglo XX.

Plaza de Añasco: Una de las mas grandes de Puerto Rico. Los edificios forman un alrededor que define los contornos de la plaza, la cual es un espacio abierto. (Foto: Rodriguez Archives)


La plaza es el centro de la vida social en la ciudad. Allí se construye la Polis, el conjunto de ciudadanos que conforman un cuerpo político con identidad propia, donde se discuten y deciden los asuntos que tocan al bien común. Mas que la suma de los individuos, la urbe es una suprarealidad, una especie de Leviatán que se convoca y se expresa en el espacio abierto de la plaza, el lugar de la congregación de los ciudadanos. La plaza es el lugar donde la Civitas (el conjunto de los ciudadanos) se funde con la Urbs (su concreción física). La plaza es esencialmente un punto de encuentro, no solamente de los ciudadanos sino tambien entre éstos y los extranjeros que la visitan, van de paso o vienen a intercambios comerciales. Por ello, en un principio la plaza era poco mas que un descampado, un perímetro plano de tierra apisonada, un enorme vacío como un escenario en espera de la representación teatral. Los actores son las personas. El protagonismo del ser humano conforma la definición esencial de la plaza.

A medida que las ciudades evolucionaban y los intercambios se hacían mas complejos la plaza adquirió pluralidad. La compraventa de verduras y comestibles se separó de la compraventa de animales. Asimismo, el mercado de productos de primera necesidad se separó del mercado de productos de lujo. La diferenciación de los mercados fomentó la creación de nuevas plazas en las ciudades mas ricas, espacios que usualmente estaban presididos por un edificio representativo del poder: iglesia, castillo o palacio. El tamaño, belleza y ubicación del edificio que representa a la autoridad muestra de forma física (es decir, de forma clara y contundente) el discurso del grupo social dominante. Durante la Edad Media europea la bipolaridad del poder dominante entre Iglesia y Monarquía se manifestó en la producción de sendas plazas para ambos gobiernos.


La tradición medieval de dos plazas: una para la Iglesia, y otra, para la Monarquía, se transfirió intacta a los primeros enclaves europeos en América. Las ciudades de San Juan de Puerto Rico, Santo Domingo, La Habana y Cartagena de Indias se construyeron siguiendo dicho modelo bipolar. El plano de las mencionadas urbes estaban trazados y en constucción cuando se promulgaron las llamadas Leyes de Indias a fines del siglo XVI. Este documento fue una recopilación de leyes anteriores de carácter local, a las cuales se les dio vigencia para todas las colonias españolas al tiempo que se redactaron nuevas leyes dentro del espíritu rencentista de uniformidad y control. En la mencionada recopilación se incluyó una ley que ordenaba que en los nuevos pueblos se construyera una sola plaza, llamada principal o mayor, en la cual debía ubicarse tanto la iglesia parroquial como la “Casa del Rey”. Dicho edificio representaba la autoridad real mediante el uso mínimo de recursos espaciales: varios calabozos, una sala de reunión, un patio para reunir los soldados y los voluntarios, y alguna otra dependencia.


Contrario a la percepción generalizada en Puerto Rico, las Leyes de Indias no ordenan que la iglesia se construya enfrentada con la Casa del Rey, como ocurre en San Germán, Mayagüez y Caguas. Ciertamente, cuando ocurre el alineamiento de los edificios representativos del estado en la plaza la impresión de fuerza y poder es de gran efectividad. La aplicación de las normas urbanísticas de las Leyes de Indias en Puerto Rico fue muy laxa, lo que fue producto de la debilidad estructural de las instituciones gubernamentales encargadas de ponerlas en ejecución. La ubicación de las iglesias de Coamo y Ponce en el centro de la plaza es una interpretación de las leyes de Indias que en uno de sus capítulos disponía que el templo no estuviese rodeado de otros edificios. En nuestro país una de las variaciones mas notable es la virtual ausencia de pórticos alrededor de las plazas que era una de las normas principales de las Leyes de Indias, cuyo propósito era fomentar el intercambio comercial al amparo de zonas sombreadas y protegidas de la lluvia.


La plaza fue el espacio natal de los pueblos de Puerto Rico, su primer alrededor, el vacío inicial desde el cual surgió el entramado urbano de manzanas y calles. De hecho, la mayoría de nuestros pueblos eran, décadas despues de su fundación, exclusivamente el espacio de la plaza. Así lo comprueban la crónica del monje español Fray Iñigo Abad de mediados del siglo 18 y los dibujos del naturalista francés Augusto Pleé de principios del siglo 19. Alrededor de la plaza se construyeron las casas de las principales familias y los primeros edificios comerciales de los pueblos. Una vez a la semana, durante el mercado dominical, la plaza revivía con el bullicio de las compraventas. La vida palpitaba en medio de los gritos de los campesinos que ofrecían los productos de la ruralía y las voces de los pobres urbanos que vendían productos como dulces, alimentos procesados y remedios para enfermedades y dolencias.


Esporádicamente, una vez al mes, se reunían en la plaza algunos cientos de ciudadanos que formaban los cuerpos voluntarios de milicias, los cuales (por falta de un ejército formal) tenían la honrosa misión de defender al pueblo. Los ejercicios de rutina de los milicianos voluntarios en las plazas eran conocidos como “alardes”, y su origen se remonta a la Edad Media europea. En la plaza se celebraban las fiestas religiosas, particularmente la del santo patrón del pueblo, las cuales incluían cabalgatas, alboradas y “palos encebaos”. La plaza era el sitio donde se anunciaban mediante pregones los bandos y leyes proclamados por el gobernador de la Isla. Y de manera extraordinaria, se recibía con los honores posibles al Obispo o al Gobernador en la visita anual que debían realizar a toda la Isla como parte de sus obligaciones de gobierno. De mas está decir que muchos Obispos y Gobernadores nunca visitaron los pueblos de la Isla, y los que lo hicieron alguna vez, como el obispo Alejo de Arizmendi, tardaron varios meses y jamás visitaron todos los pueblos.


En la mayoría de nuestras plazas el edificio mas importante por su tamaño, ubicación y diseño es la iglesia parroquial católica. Cuando el crecimiento poblacional y la riqueza consiguiente lo hizo mandatorio, se construyeron edificios mas grandes y ostentosos para albergar la Casa del Rey. Solamente en los pueblos principales que tenían Cabildos nombrados por el Gobernador, la Casa del Rey fue renovada para albergar mas funciones civiles, por lo que su nombre se sustituyó por Ayuntamiento. En otros casos la Casa del Rey se conocía como Alcaldía porque en dicho edificio despachaba el funcionario que representaba al gobernador pero sin la presencia de un cabildo. Las alcaldías eran gobernadas mediante una junta compuesta por el alcalde, el militar encargado del municipio, el párroco y el contribuyente mas rico.


Durante el ultimo tercio del siglo 19, con una economia agroexportadora floreciente, una protoburguesía colonial en ascenso y un estamento militar-gubernamental de mentalidad liberal, las ciudades y pueblos se fueron transformando. No solamente crecieron fisicamente en forma de nuevas calles y manzanas, sino que la élite urbana comenzó a emular las costumbres, prejuicios e ideas de las burguesías europeas. Por ello, será constante la solicitud que se hacía a las autoridades para el traslado de las funciones del mercado a otro lugar, alejado lo mas posible de la plaza. Malos olores, ruido, indecencia, eran las razones aludidas por los curas párrocos para pedir al gobierno que se dejara de usar la plaza para actividades mercantiles. Detrás de esas peticiones estaba una creciente estratificación social y un propósito de diferenciación clasista en cuanto que quienes realizaban el mercado eran los campesinos y los pobres urbanos.

Plaza de Mayaguez: Toda la superficie de la plaza era un paseo elevado de la calle y rodeado de una balaustrada con estatuas y jarrones..


Algunas de las peticiones de traslado de los mercados fueron atendidas. Los espacios abiertos de las plazas, despojadas de su función de mercado, como en San Juan y Mayagüez, fueron convertidos en “salones de paseo”. Una plataforma elevada y pavimentada, rodeada de escalones y barandas, formaba los salones de paseo. Su propósito era claro. Servían de espacio de entretenimiento, principalmente en las tardes y noches, para la élite urbana. El salón de paseo era un espacio social exclusivo, cuyos límites no podían ser traspasados por los que no estuvieran “bien vestidos”. El salón de paseo de Ponce se conoció como Paseo de las Delicias. En Arecibo se construyó un salón de paseo adjunto al mar que se nombró Paseo de las Damas.


El cambio de siglo y de soberanía política significó para la Plaza puertorriqueña nuevos paradigmas y nuevos usos. Como signo de los tiempos, veremos que poco después de 1898 el Paseo de las Delicias de Ponce perdió la baranda que delimitaba su perímetro y se abrió física y conceptualmente a “todo” el mundo. Fue durante el cambio de siglo que surge el concepto de “Plaza de Recreo” y se comienzan a sembrar árboles en la plaza y a ornamentarla con jardines, faroles, bancos, fuentes y monumentos. Influenciada por las plazas arboladas de las ciudades estadounidenses, la plaza puertorriqueña perdió su carácter de espacio multifuncional, diseñado para la mayor concurrencia posible de personas. Las reuniones multitudinarias en el corazon mismo de las ciudades serán consideradas anatema, una peligrosa posibilidad de subversión del nuevo orden colonial. De la bulliciosa y popular plaza de los primeros tiempos de la colonia, pasamos a la tranquila y estática plaza del nuevo régimen, donde la sonoridad mayor era la música de la banda municipal.


Durante la primera mitad del siglo veinte, la plaza ocupó el primer lugar en la sociología del país. Era el sitio para ver y ser visto, para conocer las últimas noticias, para comprar articulos de consumo de lujo, para recibir servicios profesionales, para conseguir empleo y también, para encontrar pareja. Existió en esa época la costumbre de pasear por el perímetro exterior de la plaza de una manera singular: los varones en el sentido de las manecillas del reloj, y las hembras en sentido contrario. En cada vuelta se multiplicaba la oportunidad de una mirada, de un guiño, de un saludo y finalmente, de una conversación.


La plaza capturó el imaginario puertorriqueño por su capacidad de incluirlo todo y de posibilitarlo todo. Era el gran espacio multifacético y popular donde la identidad se cultivaba y se transformaba al mismo tiempo. La efectividad de este espacio fue disminuyendo en la segunda mitad del siglo veinte a medida que el automóvil trastocaba las coordenadas sociales aumentando las distancias de la convivencia. Se crearon nuevos núcleos sociales al amparo de la redefinición de las ideas de modernidad y progreso. Trasplantados de la metrópoli estadounidense en la década de 1950, los llamados “centros comerciales” (Shopping Malls) mataron la plaza. Los centros comerciales son enormes espacios cerrados y climatizados artificialmente rodeados de mares de estacionamiento. Invariablemente se ubicaban alejados de los centros urbanos al amparo de la comodidad de transporte que ofrecía el automóvil. Para añadir mas injuria a la destrucción de los pueblos, muchos de estos nuevos espacios capitalizaron sobre la centenaria identificación del puertorriqueño con los núcleos urbanos, y se bautizaron como plazas: Plaza Las Américas, Plaza del Caribe, Plaza del Sol...


El desarrollo urbano moderno, fundamentado sobre el automóvil, promovió la decadencia de las plazas como escenarios primordiales de la convivencia ciudadana. La élite se mudó a la suburbia dejando a los pobres, los envejecientes y las instituciones gubernamentales en los cascos antiguos. El comercio siguió a la élite y se mudó a los suburbios. Los comerciantes que se quedaron en el pueblo se ajustaron a la nueva clientela: los pobres. La única fortaleza que tenían los centros urbanos a mediados del siglo veinte era que servían de nudos centrales de la transportación pública. Autobuses y otros vehículos de transporte público atestaban las calles céntricas generando un enorme tráfico peatonal, el cual nutría a su vez, a los pocos comercios que quedaban en los pueblos.


A finales de la década del 1970 y comienzos de los 1980, los administradores municipales se convencieron que la solución para evitar la decadencia de los comercios en los centros urbanos era proveer mas y mejores facilidades de estacionamiento. La construcción de megaedificios para estacionamiento en Ponce y Río Piedras ha probado que esa convicción no tenía fundamento. La decadencia comercial y el despoblamiento de los cascos antiguos continúa. Algunos alcaldes apostaron a la revitalización de las plazas, la cual se dio en términos de la construcción de las mal llamadas “conchas acústicas”. Las plazas de algunos pueblos como Guayanilla han sido deformadas por estas construcciones que no responden en nada a su contexto. Parte del problema con relacion a estas soluciones es que el arte del diseño urbano se perdió con el advenimiento del modernismo.


La arquitectura moderna renegó de la ciudad tradicional y de sus espacios emblemáticos como la plaza y la calle. La nueva y moderna ciudad era una utopía de altas torres residenciales en medio de un bosque urbano, cruzado por anchas autopistas. Nació entonces la anti-ciudad: la división del espacio urbano en zonas funcionales, la sustitución de la calle a escala humana por la autopista a escala del automóvil, y la creación de edificios-torres aislados entre si y separados de la calle. La plaza no tiene cabida en esta ciudad utópica. El alrededor que define la plaza, el cerramiento y la secesión de un espacio es un diseño equivocado para el modernismo.


Los espacios colectivos que ha generado la arquitectura moderna no deben interrumpir la fluidez del “espacio universal”. Su alrededor está poco definido, una o dos torres que sugieren tímidamente un alrededor. En los espacios colectivos abiertos de la modernidad predomina una única función, muchas veces reducida a ser el patio delantero de los edificios en ella colocados. No hay vida en estos sitios. La llamada “plaza” del Centro Gubernamental Minillas es un inhóspito espacio vacío de actividad entre las torres de oficinas. Es un sitio de paso, no un destino. La utopía se ha transformado en distopía.

Plaza de Barranquitas: Ejemplo de faraonismo- El kiosko es muy grande para la escala de la plaza y compite con el edificio de la iglesia.


A fines del siglo pasado se comienza el rescate de los centros urbanos con la gran limitación que supone el hecho de haber perdido el arte del diseño urbano. Para subsanar dicha carencia, copiamos las intervenciones urbanas de otras latitudes, particularmente de España y los Estados Unidos. Por ello, son comunes errores de diseño como la falta de sombra, la ausencia del sentido de alrededor y el desentendimiento hacia el peatón. El desconocimiento de la propia historia urbana, el faraonismo, la tentacion del “pastiche” y la insensibilidad hacia la valoración artística de los espacios públicos lastran y empobrecen el diseño urbano contemporáneo.


Muchas plazas puertorriqueñas se han remozado, con mayor o menor acierto. Algunas mantienen las características que las habían convertido en espacios colectivos significativos y esteticos. La mayoría han sido víctimas de diseños insensibles y desafortunados, destruyendo la calidad de dichos espacios. Un ejemplo nefasto es la Plaza de Manatí. Queda pendiente de solucionar el gran reto de los arquitectos contemporáneos: crear una plaza, es decir, un espacio vivo, que sirva de motor propiciatorio de la convivencia ciudadana por sus propias fuerzas, sin la ayuda de megaactividades recreativas pagadas por el erario. Cualquier espacio, aunque sea en medio de una autopista, puede ser abarrotado de público una o dos veces al mes para escuchar buena música auspiciada por el gobierno y beber hasta la saciedad. Eso no es un espacio público exitoso. Cuando un espacio urbano bien diseñado se llene de gente por la propia iniciativa ciudadana, sin intervención directa del estado, entonces comenzaremos a ver el surgimiento de una verdadera plaza.


© Jerry Torres-Santiago 2017. Derechos reservados.

Prohibida la reproducción parcial o total de este escrito sin la autorización escrita del autor.



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